seres astrales: Sobre los Íncubos y Súcubos
Sobre los Íncubos y Súcubos
El origen de los Íncubos no es del todo claro, ya que no pertenecen a las viejas estirpes de seres mágicos, aunque de hecho existen diferentes versiones de Íncubos y Súcubos prácticamente en todas las mitologías. El origen de su forma actual reside en la Edad Media, y su nacimiento puede verse como algo exclusivamente secular.
Los Súcubos, son aquellas mujeres vampiro que asolaron los monasterios medievales. Hoy daremos cuenta también de otra antigua raza de vampiros: los Íncubos. Los Íncubos son masculinos y son básicamente también vampiros, aunque de hecho algunos tratados medievales los sitúen en las jerarquías más bajas de los demonios. Visitan a sus presas durante el sueño, o bien en ese estado incierto entre el sueño y la vigilia, y asumen la forma que mejor se ajusta a las fantasías.
Generalmente, estos seres prefieren a los hombres y a las mujeres de fe: especialmente curas, monjas, seminaristas y novicias. Algunos exégetas ven en esta preferencia la excusa para explicar embarazos poco afines con los votos de castidad.
A pesar de ser criaturas destinadas al placer, se caracterizan por tener un espíritu melancólico, que el poeta maldito Charles Baudelaire reflejó con maestría en el poema: Íncubo o Le Revenant.
El término íncubo circula desde el siglo 13, y deriva del latín tardío incubus, que a su vez proviene de incubare, acostarse encima. Los Súcubos efectúan prácticas similares, pero bajo una forma femenina, atacando a los hombres durante el sueño. La palabra súcubo proviene del latín succubare, sub y cubare, y significa, acostarse debajo. Los Íncubos y Súcubos están estrechamente emparentados con los Vampiros. La razón de esto es su poder de drenaje durante los sueños en los que acechan. Estos seres penetran en la mente soñadora de la víctima, infunden fantasías desenfrenadas y lentamente se alimentan de su energía mientras los excitan sexualmente.
Los Íncubos que entran en los sueños de las mujeres u hombres, y allí practican este envilecido comercio onírico, no solo dejan a la víctima sin energía, sino abierta a la obsesión durante la vigilia. La persona despierta agotada, pero con el recuerdo vívido del sueño, que la acompaña durante todo el día hasta la noche siguiente, donde el ciclo continúa. A menudo el Íncubo asume la forma de un hombre en particular, muchas veces para obtener en el plano astral aquellos favores que le son denegados en el plano físico.
Pero hay prácticas aún más horrorosas, los Íncubos mejor diseñados pueden drenar la energía astral, pero también utilizar los fluidos corporales de sus víctimas para engendrar otros servidores demoníacos.
Por ejemplo los Súcubos, nacidos de la matriz del demonio Lilith, proceden con mucha cautela. Estas servidoras asumen la forma de los deseos más profundamente arraigados en el hombre. Lo seducirán cada noche, hasta que el agotamiento excesivo cause alguna forma de autodestrucción, que casi invariablemente hace que la víctima sea absorbida psíquicamente por el Súcubo. Al regresar con su hacedor, este puede reabsorber la energía astral que el Súcubo ha drenado.
El más notable de los íncubos es Larimón siendo uno de los íncubos más citados en libros prohibidos y grimorios medievales, volviéndolo uno de los más importantes en las jerarquías subterráneas. En el De Daemonialitate et Incubis et Succubis, de Ludovico María Sinistrari, describe a Larimón como un ser de extraordinaria belleza, de la cual, curiosamente, nunca se vale para obtener sus oscuros designios. El poder de Larimón reside en el conocimiento intuitivo del ser humano, y especialmente de las mujeres. Con lo cual puede convertirse en un adversario formidable, pero también en un aliado sumamente eficiente para brujas o brujos. Favorecido por su sabiduría y astucia, Larimón suele salirse casi siempre con la suya.
En segundo lugar hablaremos de Abrahel, llamada la Reina de los súcubos, no hay hombre que se resista a ella. Para ello adopta la forma de una mujer bellísima que los cautiva de inmediato. Acto seguido dispone de ellos a su antojo, llevándolos a cometer verdaderas locuras para saciar sus caprichos. En su obra Demonolatría, Nicolás Remy la describe con una mezcla de respeto y pavor. Allí aporta un detalle indescifrable, que podría ser tanto una crítica como un elogio: en el instante en el que Abrahel se manifiesta, y con apenas contemplarla, "todos los miembros del observador se vuelven rígidos". Abrahel suele agotar rápido la vitalidad de sus víctimas. Se dice que frente a ella todo vigor termina.
En el Liber Incubis et Succubis, escrito por el sacerdote franciscano Ludovico María Sinistrari entre los años 1622 y 1701, y que fue editado en 1680. Su traducción seria: El libro de los Íncubos y Súcubos, este misterioso libro prohibido del siglo dieciséis, es probablemente el primer libro en relacionar a estas voraces criaturas nocturnas, los Íncubos y Súcubos, y por tal caso a todas las razas de vampiros, de los diferentes seres del Plano Astral.
El De Daemonialitate et Incubis et Succubis no solo incluye consejos y sugerencias para los exorcistas, sino que además utiliza algunos remedios paganos, oportunamente sacralizados, que resultan eficaces en la batalla del sacerdote contra el demonio. También explora cuestiones más inquietantes, como las relaciones aberrantes que pueden producirse entre mortales e Íncubos y Súcubos, seres de orden sobrenatural, demoníacos, que se alimentan de la energía liberada durante los arrebatos pasionales. El placer que se obtiene de estos seres, es como mucho, pasajero, desaparece apenas el vampiro se retira de la alcoba, dejando cierto sabor metálico en la boca que ningún erudito ha sabido explicar.
El Liber Incubis et Succubis es un libro que expone un método oscuro para hackear los sueños, es decir, entrar en los sueños de alguien más y, una vez allí, proyectar el deseo bajo una forma diseñada específicamente para encontrar los puntos débiles en la psique de la víctima. Esta práctica no solo es inmoral, sino acaso inevitable.
En el este libro se describe detalladamente los hábitos perniciosos de estas criaturas. Los Íncubos, de aspecto masculino, inducen pesadillas eróticas en sus víctimas mujeres para alimentarse de ellas. Buena parte de los grimorios medievales sitúan a los Íncubos y Súcubos como parte de la exuberante fauna del infierno, liderados por los ya mencionados Abrahel, la reina de los súcubos, y Larimón, rey de los íncubos; pero en el libro, Liber Incubis et Succubis, cambia radicalmente esta perspectiva.
Según este libro maldito, dice que los Íncubos y Súcubos son entidades artificiales, creadas a través de la práctica de la magia para cumplir diversos propósitos.
En esencia, son similares a los Tulpas, o Formas del Pensamiento, que son básicamente entidades que se construyen por el hechicero en el plano astral, pero también en el físico, a partir de la fuerza de los pensamientos que las forjaron en primer lugar.
Pero los Íncubos y Súcubos tienen una densidad tan grande que incluso pueden llegar a liberarse de sus creadores y merodear por nuestro plano, y hasta adherirse a una persona en particular, convirtiéndose desde ese momento en su constante fuente de alimento.
Contar con estos servidores vampíricos puede resultar útil para el mago y la bruja, no solo con fines rituales, por ejemplo, durante la evocación y creación de Elementales, sino también en tiempos de guerra psíquica entre dos hechiceros o brujas. Estos son dirigidos hacia alguien en particular, dependiendo de los planes a largo plazo de su hacedor. Para un ataque prolongado, el hechicero suele tener que alimentar a la criatura para asegurarse su longevidad.
Si la criatura creada es masculina o femenina, no es relativamente importante, pero si, el género del mago creador de estos seres, implica algunos peligros prácticos. Los magos son más propensos a caer en las redes de sus propias creaciones, a diferencias de las brujas, debido a que los hombres están más dispuestos a aceptar el riesgo que implican este tipo de encuentros.
Recordemos que los Íncubos y Súcubos son especialmente diseñados para identificar cualquier debilidad a nivel del deseo, incluso inconsciente, y a partir de allí ejercer una presión constante para despertarlo y estimularlo. Los magos y brujas deben ser extremadamente disciplinados para evitar situaciones desagradables.
El problema con los Íncubos y Súcubos consiste en su naturaleza: no tiene otro propósito que alimentarse de la energía sexual de sus víctimas. No albergan otra intención. No tienen otro deseo, ni otro propósito, de manera tal que cuando este se cumple, el mago o la bruja que los creó debería destruirlos, pero el Liber Incubis et Succubis sostiene que esto rara vez ocurre.
Debido a que una vez cumplida su misión, los Íncubos y Súcubos han obtenido tanta energía que son capaces de resistirse a los rituales de destierro, y hasta liberarse de sus amos durante un tiempo. No obstante, esa libertad es solo aparente. Si el vínculo con su creador se rompe, quedan privados de la intención original que los forjó, de manera tal que solo pueden seguir existiendo si logran pegarse a una nueva víctima. Por otro lado, el Liber Incubis et Succubis sostiene que muchos magos y brujas son lo suficientemente negligentes como para dejarlos libres voluntariamente una vez que cumplieron su misión. Estos son los Íncubos y Súcubos más peligrosos, porque pueden existir independientemente de sus creadores, y hasta de una fuente de alimentación constante. Estas criaturas son tan fascinantes como peligrosas. Deben ser controladas por el mago o la bruja de forma constante, lo cual no es en absoluto sencillo. Pensemos que los Íncubos y Súcubos fueron diseñados astralmente para seducir, y sus creadores tampoco están completamente libres de ser cautivados por sus atributos.
Se cuentan muchas historias de varios hechiceros disolutos y brujas libertinas que crearon a estos elementales para una noche de placer, o varias, y terminaron obsesionados. Los servidores astrales solo deben existir para cumplir a voluntad de su creador, y deben ser desterrados y reabsorbidos una vez que se cumpla su propósito. De otro modo, el propio hacedor se convierte en víctima de sus creaciones.
Un servidor vampírico puede ser un arma poderosa, como lo sería cualquier elemental correctamente cargado, si se lo utiliza con las precauciones adecuadas. Por ejemplo, el Liber Incubis et Succubis posee un capítulo entero dedicado a las propiedades necesarias que los Íncubos y Súcubos deben incorporar durante el rito de creación para no terminar doblegando la voluntad de sus creadores.
Por ello en un párrafo del Liber Incubis et Succubis acerca de la creación de estos seres, advierte lo siguiente:
«Si uno va a atacar a un enemigo célebre por su atracción hacia un sexo en particular, ya sea masculino o femenino, entonces debe crearse el servidor apropiado. Si el enemigo desea mujeres, entonces el hechicero creará su propia fórmula personal para fabricar un Súcubo. Esto se puede hacer dibujando un sigilo que represente los atributos del servidor. El sigilo es un canal de creación a través de la concentración, pero que puede ser alimentado con fluidos corporales. Una vez creado el servidor, el hechicero no debe ofrecerle más fluidos. Se pueden crear varios servidores para la misma víctima, según los métodos de ataque. Los servidores también pueden utilizarse con fines positivos, como medidas defensivas. El hechicero podría tener tantos como desee, aunque tres es el número máximo recomendado.»
En el Liber Incubis et Succubis también se habla de personas desequilibradas que son capaces de desear tan intensamente a alguien, y de una manera tan baja que involuntariamente se proyectan a la fuerza en los sueños del otro. Irrumpen en ese mundo onírico con formas grotescas y avasallan a su víctima de manera indescriptible. Pues tal es el poder del deseo, que generalmente tiene un origen noble, pero que puede volverse indecente, obsceno y ruin, cuando encuentra una forma de satisfacerse impunemente.
En este libro, por ejemplo, queda establecido que toda relación entre un mortal y un demonio o un vampiro entra en la categoría de pecado capital, condena cuya absolución solo era posible para los ricos mediante un cuantioso pago.
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